jueves, 27 de mayo de 2010

La satisfacción de subir una cuesta.

Sabes lo que te espera, ya lo has hecho varias veces pero ninguna sola vez de un tirón. Esta vez no piensas pararte, no piensas bajarte vas a llegar arriba cueste lo que cueste.

Giras la curva y ahí la tienes: la gran cuesta. Esa que nunca has subido de una sola vez, la maldita la llamas. Siempre te parabas a mitad de camino para descansar aunque sabías que luego era peor. Pero esta vez no. Esta vez no te vas a parar.

Te concentras en no mirar arriba. No mirar el final pues lo ves muy lejos. Piensas que es mejor mirar un metro por delante de ti, solamente un metro y en ganar ese metro para afrontar el siguiente. Y así comienzas a ascender. Al principio no cuesta absolutamente nada, vas poco a poco, a tu ritmo, hasta que la inclinación empieza a hacerse más acusada. Tu corazón empieza a moverse más rápidamente, tus músculos gritan que pares pero no lo haces. Si paras será mucho más difícil comenzar. Levantas un poco la cabeza. Ya solamente queda la mitad y sigues concentrada en mirar ese maldito metro que está tan lejos…pero lo superas. –Uno menos- piensas. Tus piernas te suplican que lo dejes pero te levantas para poder hacer mucha más fuerza con las piernas.

Sólo quedan 10 metros, sólo 10… sueltas un grito de rabia mientras tu corazón ya no puede trabajar más rápido, los músculos necesitan oxígeno.

Llegas arriba, te paras y miras hacia abajo. Sonríes. Lo has hecho, la has subido de una sola vez. Pensabas que no podías pero has podido. Lo has conseguido, tu sola, no has necesitado la ayuda de nadie. Sientes un pequeño cosquilleo de satisfacción en la barriga. La satisfacción de subir una cuesta.

La siguiente tendrá mucha más pendiente.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Momentos importantes...

Extrañamente las personas tendemos a acordarnos de las cosas más banales en los momentos más importantes y decisivos de nuestra vida. Cuando un ser querido desaparece, no recuerdas el funeral, no recuerdas las lágrimas y las caras tristes de los de alrededor, recuerdas el programa que había en la televisión cuando la encendiste para distraer tu dolor por unos minutos. El día que te cases no recordarás exactamente como era el vestido ni los zapatos de tu novia, lo que más recordarás será como tu padre luchaba con la cámara de video por tener esos recuerdos para toda la vida. Y, por último, cuando te digan que todo se acabó no recordarás las palabras exactas que te dijeron y que tanto te dolieron, no recordarás las lágrimas ni los golpes contra las paredes. Solamente recordarás el tiempo que hacía fuera en la nada.