domingo, 31 de octubre de 2010

Vidas

Casi 7 billones de personas. Cada una con sus problemas, sus alegrias, sus amores… cada una con sus vidas. Ocurra lo que ocurra con la tuya, el resto de las vidas va a seguir, sin pausa pero sin prisa, el tiempo no espera por ti, los segundos, minutos y horas van a seguir pasando, quieras tu o no. El mundo va a continuar girando y la vida de esos casi 7 billones de personas va seguir, sin importarle lo más mínimo lo que ocurra con la tuya.

sábado, 23 de octubre de 2010

Mia...

Me despierto y me levanto de inmediato de la cama. Pienso en anoche y cuando hice una nueva lista de lo que quería hacer y ser. Mi marido está a mi lado camino del baño para irse a trabajar. Tal vez pueda subirme a la báscula para ver lo que peso esta mañana antes de que se dé cuenta. Ya estoy en mi mundo privado. Me pongo muy contenta cuando la báscula dice que tengo el mismo peso que anoche, y comienzo a sentir un poco de hambre. Tal vez se pare hoy; tal vez todo cambie hoy, ¿Qué proyectos tenía?

Tomamos lo mismo para desayunar; pero yo no me puse mantequilla en la tostada, ni nata en el café, y nunca repito (hasta que él sale por la puerta). Hoy me voy a portar bien, y sólo tomaré porciones predeterminadas de comida y no tomaré más de lo que debo. Tengo mucho cuidado de no comer más que él. Me juzgo por su cuerpo. Siento que aumento la tensión. ¡Quiero que él se de prisa y se vaya para poder comenzar!

En cuanto cierra la puerta de casa, intento volcarme en cualquiera de las miles de responsabilidades de la lista. Quiero arrastrarme a mi agujero. No quiero hacer nada. Me gustaría comer. Estoy sola; estoy nerviosa; no soy buena; siempre hago todo mal; no tengo el control; no lo conseguiré, lo sé. Llevo así mucho tiempo. Me acuerdo de los cereales que tomé en el desayuno. Voy al baño y me subo a la báscula. El mismo peso, pero ¡no quiero pesar lo mismo! ¡Quiero estar más delgada! Me miro en el espejo. Creo que mis muslos son feos y están deformados. Siempre hay algo mal en lo que veo. Estoy frustrada, atrapada en este cuerpo y no sé qué hacer.

Me deslizo hacia la nevera sabiendo con exactitud lo que hay. Empiezo con los pastelillos de chocolate y nueces de anoche. Siempre empiezo por los dulces. Al principio intento que parezca que nada falta, pero tengo mucho apetito y me decido a atacar de nuevo los pastelillos. Sé que queda la mitad de una bolsa de galletas en el cuarto de baño, vomitada anoche, y la despacho de inmediato. Tomo leche para suavizar el vómito. Me gusta la sensación de plenitud después de beber un vaso grande. Saco 6 rebanadas de pan y me preparo tostadas que unto con mantequilla. Me las llevo en un plato para ver la televisión y vuelvo por un cuenco de cereales y un plátano. Antes de acabarme la última tostada, ya me estoy preparando otras 6. Tal vez otro pastelillo o cinco, y un par de cuencos colmados de helado, yogur o requesón.

Tengo el estómago lleno y sobresale por debajo de la caja torácica. Sé que pronto tendré que ir al baño, pero quiero retrasarlo. Estoy en el país de nunca jamás. Espero, siento la presión, paseo por las habitaciones. El tiempo pasa. Se acerca la hora. Vago sin destino por las habitaciones, arreglándolas, limpiando toda la casa y ordenándola. Finalmente llego al baño, me abrazo los pies, echo el pelo hacia atrás y meto dos dedos en la garganta, tengo dos arcadas y vomito un montón de comida. Tres, cuatro veces y otra montaña de comida. Puedo ver salir todo. Me alegra ver los pastelillos porque engordan mucho. El ritmo de salida se interrumpe y comienza a dolerme la cabeza. Me levanto y me mareo, vacía, débil. Todo el episodio ha durado en torno a una hora.

lunes, 18 de octubre de 2010

Ardores

Pedaleando velozmente por el camino, Jonás sintió un extraño orgullo por haber ingresado en el número de los que tomaban las pastillas. Pero por unos instantes volvió a recordar el sueño. El sueño había sido placentero. Aunque las sensaciones eran confusas, pensó que aquello que su madre llamaba Ardor le había gustado. Recordaba que cuando se despertó tenía ganas de sentir otra vez el Ardor.

Luego, de la misma manera que su casa desapareció tras él cuando dobló una esquina con la bici, también el sueño desapareció de sus pensamientos. Muy brevemente, sintiéndose un poco culpable, trató de recuperarlo. Pero las sensaciones se habían desvanecido. El Ardor ya no existía.

sábado, 16 de octubre de 2010

La huida

Jonás alcanzó la otra orilla del río y allí hizo un alto para mirar atrás. La Comunidad en la que había transcurrido toda su vida quedaba ya a sus espaldas, dormida. Al amanecer, la vida ordenada y disciplinada que siempre había conocido continuaría igual sin él. La vida en la que no había nunca nada inesperado. Ni inconveniente. Ni insólito. La vida sin color, y sin dolor, y sin pasado.
Pisó otra vez con fuerza el pedal y siguió rodando por el camino. No era prudente perder tiempo en mirar atrás. Pensó en las Normas que había transgredido hasta allí: suficientes para que, si le pillaban ahora, le condenaran.

lunes, 11 de octubre de 2010

¿Felicidad?

Llevaba ya cuatro semanas sin tomar las pastillas. Le habían vuelto los Ardores y se sentía un poco culpable y avergonzado por los sueños placenteros que tenía por las noches. Pero sabía que no podía volver al mundo de no sentir nada en el que había vivido tanto tiempo.

Y su nueva sensibilidad exaltada llenaba un ámbito mayor que el de los meros sueños. Aunque sabía que parte de eso era debido a no tomar las pastillas, pensaba que la sensibilidad procedía también de los recuerdos. Ahora veía todos los colores, y además era capaz de retenerlos, de manera que los árboles y la hierba y los arbustos no dejaban de ser verdes mientras los miraba. Las mejillas sonrosadas de Gabriel seguían siendo sonrosadas incluso cuando dormía. Y las manzanas eran siempre, siempre rojas.

Ahora, gracias a los recuerdos, había visto mares y lagos de montaña, y arroyos que murmuraban en los bosques; y ahora veía de otro modo el ancho río de siempre, que corría junto al camino. Veía toda la luz y el color y la historia que contenía y arrastraba en sus aguas lentas; y sabía que había un Afuera de donde procedía y un Afuera adonde iba.

En esta vacación casual e inesperada se sentía feliz, como siempre en vacaciones; pero con una felicidad más profunda que nunca. Pensando, como siempre, en la precisión del lenguaje, Jonás se dio cuenta de que lo que estaba experimentando era una hondura de los sentimientos distinta. Había algo que los diferenciaba de los sentimientos que cada noche, en cada casa, cada ciudadano analizaba con parloteo interminable.

sábado, 9 de octubre de 2010

...

La formación diaria siguió adelante, y ahora siempre incluía dolor. El suplicio de la pierna rota empezó a parecer un mero malestar a medida que el Dador, firmemente, poquito a poco, introducía a Jonás en el sufrimiento profundo y terrible del pasado. Cada vez, de pura bondad, el Dador remataba la tarde con un recuerdo de placer lleno de color: una travesía a toda vela por un lago verdiazul; una pradera moteada de flores silvestres amarillas; una puesta de sol anaranjada detrás de montañas.

No era suficiente para suavizar el dolor que Jonás estaba empezando a conocer.

-¿Por qué? -preguntó al Dador después de recibir un recuerdo torturante en el que se había visto abandonado y sin nada que comer, y el hambre le había producido calambres atroces en el estómago vacío y dilatado.Yacía sobre la cama, dolorido.

-¿Por qué tenemos que guardar estos recuerdos usted y yo?

-Porque eso nos da sabiduría -respondió el Dador.

lunes, 4 de octubre de 2010

Jonás no quería volver. No quería los recuerdos, no quería el honor, no quería la sabiduría, no quería el dolor. Quería otra vez su infancia, sus rodillas desolladas y sus juegos de pelota. Se sentaba en casa solo, mirando por la ventana, viendo a los niños jugar, a los ciudadanos que regresaban a casa en bici de sus jornadas de trabajo en las que no pasaba nada, vidas corrientes, libres de angustia porque él había sido seleccionado, como lo fueran otros antes que él, para llevar la carga por los demás.

domingo, 3 de octubre de 2010

El rescate.

Y allí, para no variar, estaba ella. Sentada en la silla de jardín que le habían asignado, esperando a que llegara el momento de levantarse y empezar con el rescate. Sabía lo que tenía que hacer aunque nadie se lo había dicho… era algo que salía de su interior.

Cuando las luces se encendieron y su pequeño refugio se iluminó, se levantó y fue hacia las mazmorras. Le había puesto ese nombre a falta de uno mejor aunque el pequeño cuarto no se pareciese mucho a una mazmorra como las que había en los castillos de los cuentos que había leído cuando era pequeña.

Cuando llegó al lugar la puerta estaba abierta de par en par. El guardián que había estado custodiando la puerta había desaparecido. Se asomó y observó: dos personas totalmente demacradas y pálidas, sin fuerzas para sostenerse en pie. Sentadas con aquellos grilletes en las muñecas y los tobillos, sin poderse mover más que un par de metros.

Debió haber sentido lástima por ellos cuando los vio en aquellas condiciones pero lo único que sintió fue indiferencia ya que habían sido ellos mismos los que habían llegado a esas condiciones. Pese a la indiferencia que le daban entró en la pequeña y sucia estancia y les abrió los grilletes. Eran libres. Podrían salir de allí. Se apartó para dejarles el camino despejado, sin embargo ellos no se movieron. Se quedaron allí, sentados. Sin luchar con las pocas fuerzas que le quedasen para salir de allí, por ser libres.

Ella no entendía nada. Podían ser libres pero no querían porque tendrían que esforzarse y luchar para conseguirlo. Ellos preferían quedarse allí encerrados. Al ver la escena sintió unas enormes ganas de llorar. Pero no llorar por ellos, sino llorar de alegría porque ella se había esforzado hacía mucho tiempo y había conseguido salir de aquella mazmorra.

Ella había conseguido ser libre.

viernes, 1 de octubre de 2010

Escuchar...

Los seres humanos tenemos 5 sentidos, algunos 6. Cada persona le da más importancia a un sentido o a otro. Los catadores de vino le dan mucha importancia al olfato y al gusto. Los pintores le dan mucha importancia a la vista. Los invidentes le dan mucha importancia al tacto…

Yo le doy mucha importancia al sentido del oído. Además de ser uno de los que más me sorprende en mí día a día es el que más me gusta.

Adoro pasear por la calle sumida en mis pensamientos y escuchar, de repente, como unas notas musicales llegan a mis oídos. Sonrío tontamente y las notas me arrastran hacia aquel maravilloso violín de donde salen. Podría llamarlo felicidad. Hasta que continúo caminando y las notas se desvanecen en la nada.

A parte de las pequeñas sorpresas que me da el oído, me gusta utilizarlo para escuchar a mis semejantes. Escuchar a los demás es uno de los valores más importantes que tienen los seres humanos. Me gusta sentarme junto a ellos y una taza de té y escuchar.

Escuchar sus risas, sus palabras, sus súplicas…

Pero claro, también me gusta que me escuchen. Poder hablar y tener unos oídos y una mente abierta sólo para mí. Que se sorprendan con mis historias, que rían conmigo…

Hablar… hablar… se ha convertido en lo más difícil que he hecho jamás.