lunes, 4 de octubre de 2010

Jonás no quería volver. No quería los recuerdos, no quería el honor, no quería la sabiduría, no quería el dolor. Quería otra vez su infancia, sus rodillas desolladas y sus juegos de pelota. Se sentaba en casa solo, mirando por la ventana, viendo a los niños jugar, a los ciudadanos que regresaban a casa en bici de sus jornadas de trabajo en las que no pasaba nada, vidas corrientes, libres de angustia porque él había sido seleccionado, como lo fueran otros antes que él, para llevar la carga por los demás.

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