domingo, 3 de octubre de 2010

El rescate.

Y allí, para no variar, estaba ella. Sentada en la silla de jardín que le habían asignado, esperando a que llegara el momento de levantarse y empezar con el rescate. Sabía lo que tenía que hacer aunque nadie se lo había dicho… era algo que salía de su interior.

Cuando las luces se encendieron y su pequeño refugio se iluminó, se levantó y fue hacia las mazmorras. Le había puesto ese nombre a falta de uno mejor aunque el pequeño cuarto no se pareciese mucho a una mazmorra como las que había en los castillos de los cuentos que había leído cuando era pequeña.

Cuando llegó al lugar la puerta estaba abierta de par en par. El guardián que había estado custodiando la puerta había desaparecido. Se asomó y observó: dos personas totalmente demacradas y pálidas, sin fuerzas para sostenerse en pie. Sentadas con aquellos grilletes en las muñecas y los tobillos, sin poderse mover más que un par de metros.

Debió haber sentido lástima por ellos cuando los vio en aquellas condiciones pero lo único que sintió fue indiferencia ya que habían sido ellos mismos los que habían llegado a esas condiciones. Pese a la indiferencia que le daban entró en la pequeña y sucia estancia y les abrió los grilletes. Eran libres. Podrían salir de allí. Se apartó para dejarles el camino despejado, sin embargo ellos no se movieron. Se quedaron allí, sentados. Sin luchar con las pocas fuerzas que le quedasen para salir de allí, por ser libres.

Ella no entendía nada. Podían ser libres pero no querían porque tendrían que esforzarse y luchar para conseguirlo. Ellos preferían quedarse allí encerrados. Al ver la escena sintió unas enormes ganas de llorar. Pero no llorar por ellos, sino llorar de alegría porque ella se había esforzado hacía mucho tiempo y había conseguido salir de aquella mazmorra.

Ella había conseguido ser libre.

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