viernes, 20 de agosto de 2010

En la carretera.

La oscuridad. La maldita oscuridad. A él le parecía estar enterrado vivo. Emparedado. Faltaba un siglo para el amanecer. Muchos de ellos no lo verían. Estaban todos enterrados bajo dos metros de oscuridad. Sólo faltaba la monótona salmodia del sacerdote, con su voz amortiguada pero no del todo apagada por la oscuridad que se cernía sobre aquel cortejo fúnebre. Y los presentes ni siquiera se daban cuenta de que ellos estaban allí, que estaban vivos, que estaban gritando y luchando y resistiendo en aquel ataúd de oscuridad; el aire era mohoso, se estaba volviendo ponzoñoso; la esperanza se difuminaba hasta no ser otra cosa que la propia oscuridad, y sobre todo ello, la voz acompasada del celebrante y los pies impacientes y rumorosos de los miembros del cortejo, inquietos por volver al sol del cálido mayo.. Y por último, dominándolo todo, el coro de suspiros y crujidos de los escarabajos e insectos, abriéndose paso por entre la tierra, acercándose para el festín.

3 comentarios:

  1. Te noto demasiado pesimista ultimamente... Vamos a tener que quedar y te voy a dar un buen tirón de orejillas

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  2. Impresionante! un texto profundo y complejo, me encanta ^-^. Al leerlo me he imaginado la escena... la última frase de los insectos es simplemente un perfecto remate para ilustrar la historia.

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