martes, 21 de septiembre de 2010

La verdad, al fin. Tumbado boca abajo, con la cara sobre la polvorienta alfombra del despacho donde una vez creyó estar aprendiendo los secretos de la victoria, él comprendió que no iba a sobrevivir. Su misión era entregarse con serenidad a los acogedores brazos de la muerte.

El corazón le latía con violencia. Pensó que precisamente el miedo a la muerte lo hacía bombear con mayor vigor para mantenerlo con vida, pero se pararía, y pronto. Sus latidos estaban contados…

Tendido en el suelo, con ese fúnebre tambor golpeando en su interior sintió que lo invadía el pánico. ¿Dolería morir? Más de una vez había creído que llegaba su hora, aunque en el último momento se había salvado; pero nunca se había detenido a pensar de verdad el hecho en sí, porque sus ganas de vivir siempre habían superado su miedo a la muerte. Sin embargo, en ese momento ni siquiera se planteó escapar; sabía que todo había terminado, y la única verdad que quedaba era el hecho en si.

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