domingo, 26 de septiembre de 2010

Subiendo colinas.

Él imaginó cómo sería yacer en un silencio similar al de la mayor y más polvorienta biblioteca, rendido a sueños interminables y absurdos tras unos párpados sellados, eternamente vestido con el traje de los domingos. Ninguna preocupación sobre dinero, éxito, temor, alegría, dolor, lástima, sexo o amor. Absolutamente ninguna. Sin padre, madre, novia o amante. Los muertos son huérfanos. Sin más compañía que el silencio. El final de la agonía de moverse, de la larga pesadilla de seguir carretera adelante. El cuerpo en paz, quietud y orden. La oscuridad perfecta de la muerte.

¿Cómo sería? ¿Cómo sería el fin?

De pronto, sus irritados y agonizantes músculos, el sudor que le caía por el rostro e incluso el mismo dolor le parecieron muy concretos, muy reales. Él se esforzó, luchó por llegar a la cima de la colina y luego descendió la ladera contraria resollando mientras se recuperaba.

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